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martes, 17 de mayo de 2016
No oculto que la curación de una posesión exige verdaderamente
mucho, en cuanto a intensidad de vida
cristiana. Pero creo que este es precisamente uno
de los motivos por los que Dios lo permite. Muchas
veces me lo han dicho las mismas personas afectadas:
su fe era muy lánguida y la vida de oración casi
extinta. Si se han acercado a Dios, muchas veces
incluso con un intenso apostolado, han reconocido
que se lo debían al mal que las había afectado. Estamos
apegados a la tierra y a esta vida mucho más
de lo que suponemos; el Señor, en cambio, mira más
allá, mira a nuestro eterno bien.
El exorcista, por su parte, a medida que avanza en
las bendiciones, no se conformará con instar al paciente
a la oración y a todos los demás medios a los
que hemos aludido, sino que buscará todos los medios
posibles para irritar, debilitar y destrozar al
demonio. Ya el Ritual dice que hay que insistir en
aquellas expresiones ante las que el demonio reacciona
más: cambian de una persona a otra y de una
ocasión a otra. Pero es bueno recurrir a otras ayudas.
Para algunos es insoportable sentir cómo le rocían
con agua bendita; a otros les exaspera el soplido,
que es un medio usado desde la época patrística,
como refiere Tertuliano; otros no soportan el olor
del incienso, por lo que es útil usarlo; para otros es
doloroso el sonido del órgano, de la música sacra y
del canto gregoriano. Son medios auxiliares cuya eficacia
hemos experimentado.
Y el demonio ¿cómo se comporta a medida que se
avanza en los exorcismos? Añadiré algo más a cuanto
ya queda dicho al respecto. El demonio sufre y
hace sufrir. El sufrimiento que siente durante los
exorcismos es algo inimaginable. Un día, el padre
Cándido le preguntó a un demonio si en el infierno
había fuego y si era un fuego que quemaba mucho.
El demonio le respondió: «Si supieras qué fuego eres
tú para mí, no me harías esta pregunta». Desde luego,
no se trata del fuego terrenal, provocado por la
combustión de material inflamable. Vemos cómo el
demonio arde en contacto con cosas sagradas como
crucifijos, reliquias y agua bendita.
También a mí me ha ocurrido varias veces que el
demonio me dijera que sufría más durante las bendiciones
que en el infierno. Y cuando le pregunto:
«Entonces ¿por qué no te vas al infierno?», responde:
«Porque a mí lo único que me importa es hacer
sufrir a esta persona». Aquí se percibe la verdadera
perfidia diabólica: el demonio sabe que no obtiene
ningún provecho, es más, que por cada sufrimiento
que causa aumenta su castigo en pena eterna. Sin
embargo, incluso a costa de salir maltrecho, no renuncia
a hacer el mal por el mero placer de hacerlo.
Los nombres mismos de los demonios, como ocurre
con los ángeles, indican su función. Los demonios
más importantes tienen nombres bíblicos o dados
por la tradición: Satanás o Belcebú, Lucifer, Asmodeo,
Meridiano, Zabulón. Otros nombres indican
más directamente el objetivo que se proponen:
Destrucción, Perdición, Ruina. O bien indican males
concretos: Insomnio, Terror, Discordia, Envidia,
Celos, Lujuria...
Cuando salen de un alma, la mayoría de las veces
los demonios están destinados al infierno; a veces
quedan atados en el desierto (véase en el libro de
Tobías la suerte de Asmodeo, encadenado en el desierto
por el arcángel Rafael). Yo siempre les obligo
a ir a los pies de la cruz, para recibir su destino de
mano de Jesucristo, único juez.
Que el Señor nos guie para llevar una vida acorde
con sus enseñanzas y lejos de estos peligros espirituales
que rodean a la humanidad, especialmente
en estos últimos tiempos.
EXORCISMO DE LAS CASAS
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